- Esto te lo digo de un modo extra-ordinario…
- ¡Sí!… Dime no más.
- Pienso que la seriedad tiene relación con características conductuales de las razas.
- ¿Cómo?... ¡Explícate!
- Pienso que la seriedad heredada de los pueblos originarios, y me refiero a los individuos que los constituían, no al pueblo generalizado, se ha perdido en el carácter del hombre contemporáneo del territorio nacional.
- ¡¡Yaa!!
- En serio… Sucede que antiguamente el aborigen del territorio poseía muy pocas pertenencias, incluso, no desarrolló en complejidad ese sentido. Así, sólo se preocupaba de lo básico, de lo meramente referencial, de lo que tenía al alcance. Dudo que halla imaginado en profundidad establecer lindes para adueñarse de un territorio.
- Sí, tal vez…
- El indígena poseía un carácter fuerte, pero no derivado de un pasado guerrero, para nada. Al contrario, en este territorio no nos destacamos por memorar una historia bélica en el período denominado, por desgracia, pre-colombino; poseía un carácter fuerte debido a su seriedad, la cual confluyó en él por una cultivada sabiduría. Tantos años de desarrollo, y en este caso, para que me entiendas, llamémosle, espiritual, mental, psicológico…
- ¿Interno?
- Sí, aunque me quiero referir a que se desarrolló en cuanto a su habilidad para enfrentar los sucesos más adversos con la templanza digna de un sabio, de un hombre que ha vivido bastante tiempo. La desesperación no se encontraba dentro de los sentimientos que alteraban su semblante, pues consideró que emular este tipo de emociones no le brindaría una mayor elevación espiritual. Entonces ¡Imagínate! Luego de más de 13.000 años en nuestro territorio, ¿cómo no conformaría un carácter consecuente a su altísima evolución? Y lo hizo.
- Sí… Pero qué pasó según tú después de tantos años de desarrollo.
- ¡Ah, sí! Sucedió que espiritualizó una seriedad intrínseca que lo hacía aceptar las condiciones de vida, de crecimiento, de jerarquía, que reunidas en su temperamento, y en parte, en su conducta, que obviamente condicionó sus decisiones, lo hacía manifestar una sabiduría seria, rica en conocimientos sobre la naturaleza y sobre su pueblo. Cada palabra que profirió tenía un sentido referencial.
- ¿Referencial?
- Que no tenía por qué cuestionarse el lenguaje, pues sabía que un signo tenía un equivalente concreto con su realidad, ya mítico, social, trágico. Lo sobrenatural existía concretamente, nunca abstracto. Y para que se entienda mejor, debo comparar. El indígena de nuestro territorio nunca tuvo que instaurar métodos gnoseológicos para comprender su realidad, como lo hizo, a diferencia de él, el griego antiguo, que impulsó la actividad intelectual para que primara sobre cualquier instinto o sobre cualquier conexión entre cuerpo y naturaleza. Sus conocimientos se basaron en la simplicidad de la vida, como por ejemplo, cuando sabía que nevaría, trasladaba su hogar a los lares bajos, o cuando presentía un suceso, lo interpretaba de una manera transparente, haciendo de su previsión un instrumento de clarividencia traslúcido.
- Entonces las actitudes indígenas se sostienen en un comportamiento algo serio que, obviamente, ha degenerado por la mezcolanza racial que en nuestro territorio se dio.
- ¡Exacto!
- ¿Y qué sucede con el hombre que vive en nuestro territorio actualmente?
- Sucede que no manifiesta ya comportamientos acordes a una raza antigua, sabia, suspicaz.
- Eso sucederá con algunos.
- Sí, obviamente.
- ¿Y de dónde sacaste esa información?
- No lo sé… Se me acaba de ocurrir. Más que nada, traté de relacionar algunas ideas vagas.
- Pero eso no tiene precisión… Generalizar no ayuda a comprender mucho la realidad.
- De vez en cuando sí.
- Pienso que el indígena, por haber vivido mucho tiempo en asociaciones muy pequeñas, lograba imprimir sus conductas a la comunidad que lo rodeaba, por lo cual, rápidamente las virtudes se consideraban valiosas y los actos de valor y coraje tendían a representar lo más alto en la escala jerárquica de acciones.
- Sí… Muy de acuerdo.
La mesa pequeña y circular de madera gastada y artificialmente brillante sobre la cual ambos se apoyaban, se transformó paulatinamente en el soporte principal para levantarse, pues el cansancio, el ambiente caluroso, aunque invadido por sombras agradables, la somnolienta y tenue ebriedad que invadía a cada uno, se apoderaron de los estados de ánimo que tendían a un fuerte rechazo entrambos, y que perseguían, instintivamente, un encuentro retórico de intelectualidad y de manejo de conocimiento, típico de hombres saturados de información global y casi inútil.