YO ES OTRO



Mi nombre es Gonzalo Huerta y soy escritor. Escribo columnas en periódicos y en revistas literarias, además hago críticas de libros, cine y teatro. Estoy casado y tengo un hijo de seis años. Se habrán percatado de que poseo un nombre bastante común, por lo que existen cerca de cuatro páginas en la guía telefónica con mi nombre. Bueno, el asunto es que de un tiempo a esta parte ha comenzado una enorme proliferación de Gonzalos Huertas en el mundo literario.


Hace como 1 año me encontré con un tipo que aseguraba haber hablado conmigo por teléfono acerca de mi última columna en una de las revistas. Yo, por supuesto, traté de convencerlo de que seguramente me estaba confundiendo con otra persona, porque a mí nadie me había llamado últimamente para hablarme de ninguna columna.

-Usted es Gonzalo Huerta, ¿verdad? Bueno, el otro día estuve conversando con usted acerca de su columna, esa que se llamaba "Dobles de dobles". ¿Cómo es que no se acuerda?

-Mira, te repito... ¿Cuál es tu nombre? –balbuceó una palabra que no alcancé a entender- Como te dije, no he hablado con nadie sobre esa columna.

Efectivamente yo había escrito una columna con ese título. Se trataba básicamente de las personas que viven la vida de personajes famosos. Por ejemplo, el doble de Chayanne se gana la vida haciéndose pasar por el cantante centroamericano; lo mismo el doble de Sandro; incluso existe un tipo que trabaja como doble de Rafael Araneda que, para parecerse más, se operó la nariz, y otro que trabaja como doble de Yerko Puchento (¡imaginen!: un doble de un doble!). Para mí, lo ya dicho es una falta de identidad que merece psicoanálisis. En fin, en ese momento descubrí que había una persona (si no más) que se estaba haciendo pasar por mí.

Se imaginarán que ese descubrimiento me dejó perplejo, entonces decidí buscar a todos los Gonzalos Huertas que viven en Chile. Fue así como supe que éramos tres los que nos dedicábamos a la escritura. Comencé una meticulosa investigación acerca de los otros dos Gonzalos. Lo que averigüé fue lo siguiente:

*Uno era periodista y escribía columnas y artículos literarios en Las Últimas Noticias. Lo que pude leer de mi primer tocayo me pareció bastante mediocre, –qué más se puede esperar de alguien que escribe en LUN- sus personajes carecían de vida y de importancia, usaba muchísimas palabras que no decían nada. Sus textos eran de escuálido peso. Como escritor era malo. Seguramente era él el sinvergüenza que se estaba haciendo pasar por mí.

*El otro era todo lo contrario. Escribía cuentos y crónicas literarias en revistas de alto presupuesto, en las que seguramente cobraba una fortuna, porque no trabajaba en nada más, vivía sólo de la escritura. Sus textos eran todos de gran valor literario, textos redondos con palabras bellas y limpias, en los que nada faltaba ni sobraba. Para mí, una gran promesa para la literatura chilena actual.

Este último Gonzalo Huerta tenía una crónica en la que hablaba del Metro y que me identificó sobremanera. Cada palabra, cada frase que leía me llegaba hasta las entrañas. Tenía una razón increíble en todo lo que decía. Me identificó tanto que comencé a sentirlo mío.

Empecé a coleccionar todos sus textos y a transcribirlos en mi computador, cual fetiche fuese. Por supuesto, no le comenté a nadie mi nuevo placer culpable. Poco a poco sentí que todos sus escritos me pertenecían, algo así como cuando las personas sienten que las canciones les pertenecen porque las representan.

Cierto día sonó mi teléfono y preguntaron por mí:


-Con Don Gonzalo Huerta, por favor.


-Soy yo. ¿Con quién hablo?

-Buenas tardes, Don Gonzalo. Usted habla con Julián Altamirano, periodista de Artes y Letras. Estamos trabajando en un reportaje sobre usted y me gustaría entrevistarlo para hablar sobre su crónica "Metro o micro"...

-Bueno, —contesté sin pensar— no hay problema. Dígame dónde y cuándo quiere que nos juntemos.


-¿Le parece este viernes a las 7: 30 en el Rimbaud?

-Me parece perfecto. Nos vemos el viernes, entonces.

Después de que la revista, con el reportaje y la entrevista, salió a la venta recordé que no fui yo el que escribió esa crónica y que todo lo que dije es una farsa.

Desde ese día asumí la vida de otro Gonzalo Huerta, una versión mejorada de mí. El problema es que no sé cómo decirle a mi esposa que yo no soy el hombre que se casó con ella, ni cómo explicarle a mi hijo que no soy su padre. Pero prefiero dejar eso para más adelante, ahora soy otro y quiero disfrutarlo.

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