Hace unos días me puse a conversar con algunos colegas de la editorial. Estábamos sentados a la sombra de un árbol sin hojas una tarde de calor. Ésta no era una conversación cualquiera. Nos sentamos un rato en los pastos de la Usach -Estación Central, Santiago de $hile, 2011- y nos proyectamos en el futuro. Un futuro que, no importa cuánto tiempo pase, es incontenible, algo inevitable. Hablo de nuestro colapso histórico, nuestra enorme crisis, nuestra decadencia, nuestro Apocalipsis. Bueno, tal vez me excedo un poco en las palabras, tal vez no. Sin embargo, resultó un ejercicio interesante y revelador –lo que puede ser útil a los que nos interese permanecer con vida-. Usted tómese estas palabras como mejor le parezca.
La imagen comienza con una pregunta. ¿Por qué al común de las personas no les interesa participar en los asuntos políticos? Porque no hay una gran crisis que los afecte completamente. Porque, a pesar de que saben que las cosas no les son muy favorables, no se ven en la necesidad de "escapar" o "luchar" para conservar, si no es la vida, por lo menos la dignidad. Porque por costumbre disfrazan todo, como en estas fechas, de celebraciones y felicidad. Porque aún no pasa algo que les impida hacerlo, que los ponga entre la espada y la pared. Y es en ese lugar en el que vamos a estar en no mucho tiempo. Si es así, ¿qué hacer? Esta pregunta es importante si se piensa en un panorama tan extremadamente adverso que, incluso, no habría dinero ni para disparar un fusil. Ese sería un verdadero colapso. Colapso, en todos los sentidos, si se tiene presente que hoy, en todo el mundo, hay más deudas –más de las que usted y yo podríamos imaginar- que dinero para pagarlas. Y la diferencia de estas cifras aumenta exponencialmente a cada segundo. ¿No me cree? Pregúntese, ¿por qué EEUU, sinónimo en otra época del progreso y el desarrollo económico, es la nación más endeudada de todo el planeta? Y hágase una pregunta más tenebrosa todavía, ¿qué va a pasar cuando se acabe el dinero?
Amigo mío, por el momento usted puede leer sin preocupaciones la Revista Acéfalos o, mejor aún, puede no leerla y quedarse tranquilo y alcanzar la paz espiritual. Sin embargo, yo le recomendaría juntar agua, aprender a sembrar verduras, juntar semillas, pensar a dónde escaparía con su familia para sobrevivir, elaborar un plan de emergencia, aprender sobre geografía, supervivencia, en fin. Si en algo valora su vida, vaya haciéndose a la idea. Si no es así, pues ¡Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo!
La Florida, diciembre de 2011.
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